Creer en Dios me es tan natural como el respirar, sí como el respirar, nadie me enseñó ni tuve que leer un manual de instrucciones para hacerlo, pero así como por mis prolongadas alergias y resfríos varios, éste se dificulta, teniendo que correr a antídotos que mejoren mi respirar, así también esta analogía se prolonga a mi creer en Dios, pues aunque es natural he tenido que afianzar mi fe, en varios períodos de mi vida.
Hoy me veo frente a muchos jóvenes adolescentes que ven confrontados aquellos saberes que les fueron entregados dogmáticamente, y entre ellos el de creer en la existencia de Dios y de Cristo su hijo. Mas en mi diálogo con ellos no ha estado el afán de imponer mi creencia, sino sólo decir: Sí creo en Él, pero tú ¿Por qué no crees?, ¿En qué no crees? Y me he dado cuenta que no es que no crean en Dios, la verdad es que no creen en nosotros, LA IGLESIA, las instituciones eclesiásticas que han desviado su mirada de Cristo y lo único que han logrado es obstaculizar el camino hacia Él, con sus dogmas y prohibiciones como si Cristo fuese un manual de moral y no un camino hacia la sanación del hombre, olvidando que la libertad del pecado es por Gracia y no por obras, que esta gracia va a renovar y permitir un mejor vivir y no al revés.
Que la iglesia no es un club donde lo importante es pedir la cuota mensual, que Cristo no se impone, se revela, que la ciencia no es nuestra enemiga, es otra forma en que también podemos ver al Padre revelado.
"Nadie ha logrado convencerme racionalmente de la existencia de Dios, pero tampoco de su no existencia; los razonamientos de los ateos me parecen de una superficialidad y futileza mayores aún que los de sus contradictores. Y si creo en Dios, o, por lo menos, creo creer en Él, es, ante todo, porque quiero que Dios exista, y después, porque se me revela, por vía cordial, en el Evangelio y a través de Cristo y de la Historia. Es cosa de corazón. Lo cual quiere decir que no estoy convencido de ello como lo estoy de que dos y dos hacen cuatro." Miguel de Unamuno
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